Ojos abiertos con pinzas, menos doloroso que por voluntad propia. Años de martillando la sien. Continuo despliegue de imágenes… el cojo, el tullido, desperdicios, el mendigo, la cuero de la esquina, el ratón colorao, el orgulloso que prefiere buscarse la vida escarbando la basura (que pedir es de vagos), el canillita, perras paridas con sarna aún mayor que sus tetas colgantes, hoyos, calor, el motoconcho que carga a una familia de cinco, caos, ruido visual de bocinas y maldiciones, la niña que vende flores y “flores”, el viejo agonizante en silla de ruedas mientras que el joven buitre lo empuja hacia mi ventana. No, no quiero una bandera del Escogido o maní salaíto.
Ojos hidratados por whisky, pero sólo del bueno, del “macalber”, que yo no soy como ellos, yo soy mejor, tengo un carro y dónde ir. Transitar y percibir sin sentir, anestesia mental, monotonía cardiaca. Me concentro en el plástico, transparente pero impenetrable a mi vista, me aferro al timón, se separa el índice, su único relax, sólo para oscilar ante la presencia de un limpiavidrios de piel. Nada más allá, sólo plástico. Conveniente ceguera, ceguera selectiva.
Ojos vacíos, alma tullida, mendigo de propósitos, puta del trabajo, can estéril, corazón agujereado, frío, familia de “yipeta” los domingos, esperando la muerte en un sillón de piel mientras que el jefe me empuja a un dateline.
No, no soy como ellos.
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